El Centro de Investigaciones Diego Barros Arana ha publicado el libro Ni patriotas ni realistas del historiador Leonardo León, subtitulado El bajo pueblo durante la Independencia de Chile 1810-1822. El autor nos presenta un extenso estudio, en poco más de ochocientas páginas, del bajo pueblo y su comportamiento durante la Patria vieja, el período de Restauración monárquica (Reconquista) y la etapa correspondiente a la Patria nueva. La argumentación central de este trabajo –dedicado a la situación de los plebeyos en la época referida- tiene que ver con que León plantea “que la ‘Revolución de la Independencia’ no tuvo el cariz autonomista ni de liberación que le atribuyó la historiografía. Lo que se inició en 1810 fue una intensa guerra civil entre fracciones del patriciado –monarquistasversus republicanos, capitalistas versus penquistas, mercaderes versus terratenientes- que tuvo entre sus principales propósitos instaurar un sistema de gobierno que le permitiera disciplinar a la plebe”. Es decir, los acontecimientos “revolucionarios” que se vivieron entre 1810 y 1814, desde la caída del gobernador Antonio García Carrasco hasta la batalla de Rancagua, pasando por la instalación de la Primera Junta de Gobierno, tuvieron que ver –principalmente- con la aspiración del patriciado de hacerse del poder y proteger sus intereses económicos, aprovechando, a la vez, de refirmar con mayor fuerza su dominio sobre la plebe.
Son interesantes los datos que se entregan
respecto a la cantidad de habitantes de Chile al momento de instaurarse la
primera Junta de Gobierno, basados en cálculos que don Manuel de Salas realizó
hacia 1808. En el país habrían existido entre 400 y 500 mil habitantes, de los
cuales 15 mil eran españoles peninsulares, 150 mil españoles-criollos y el
resto, o sea cerca del 70 % de la población, habría sido parte del bajo pueblo,
entre ellos mestizos, negros, mulatos e indígenas.
De hecho, una de las razones de la caída
del gobernador Antonio García Carrasco, y por la cuál el patriciado lo acusó de
extravagante en sus relaciones sociales, fue haber entablado ciertos grados de
amistad con gente del bajo pueblo, la que era considerada una chusma de calaña
indecible por españoles y criollos, que para el caso eran lo mismo. Son estos
motivos los que llevan a León a plantear que “se fundaba una República, pero de
naturaleza aristocrática y restringida” que se manifestaría en una “guerra civil
entre monárquicos y republicanos”, donde la plebe no alcanzaba méritos. Tanto
en la Patria Vieja como durante la Reconquista y la Patria Nueva, siempre
estuvo presente el temor a que la plebe se alzara contra los poderes
establecidos, incluso después del triunfo de Maipú ese temor existía. Durante
la Patria Vieja, la Reconquista y la Patria Nueva existió un distanciamiento
entre los gobiernos de turno y el bajo pueblo, todo lo contrario de lo que
sucedió bajo el gobierno de García Carrasco.
Uno de los asuntos de fondo que se plantea
en el libro es que los historiadores, liberales y conservadores por igual,
impusieron desde el siglo XIX el relato de una historia que no era otra cosa
que la historia de las elites y su instalación en el poder, una historia donde
la clase plebeya o baja fue ignorada como partícipe de cualquier proceso
emancipador, considerándose a esta clase como pelafustanes ignorantes y
viciosos que sólo servían para ser explotados en las distintas faenas de
producción en manos de la oligarquía o para engrosar las filas de la milicia.
La historia oficializada y enseñada en escuelas y universidades fue desde
siempre la historia de la falsedad, la historia de la distorsión de los hechos,
una historia remozada para destacar el heroísmo e hidalguía de los actores
pertenecientes a la clase pudiente del país. Se construyó una historia de
batallas, efemérides, biografías y patriotería. Dentro de este contexto lo
popular resulta algo simplemente anecdótico, caricaturesco, pintoresco si se
quiere, el “roto chileno” con su picardía y patriotismo a toda prueba. Una
especie de mito necesario para complementar la historia del poder. Dice León
que “el uso restringido del concepto popular nos enfrenta al problema de fondo
de la historiografía tradicional que no es otra cosa que la omisión total de la
plebe de sus páginas. El bajo pueblo no existió para los historiadores
republicanos del siglo XIX”. Al lo largo del discurso de León se percibe sobre
todo una crítica a la historiografía tradicional, impuesta de manera arbitraria
durante años. Por ejemplo, cuándo se relatan los abusos de los españoles
durante el período de Restauración monárquica o Reconquista, se cuenta el
sufrimiento de las elites no los abusos contra el bajo pueblo, que fueron
muchos como han demostrado historiadores del tipo de Gabriel Salazar y el mismo
autor de este libro, que explica que los escritores patricios sólo destacaron
“la suerte que corrieron quienes manejaron el poder durante la Patria
Vieja, sus familiares y amigos. Se hizo el relato de las desgracias
ocurridas a los miembros de la aristocracia republicana y se transformó sus
sufrimientos en un asunto nacional”. La diferencia de clase se notaba incluso
en las sanciones a quienes trasgredían la ley; para los señores multas, para los
plebeyos azotes.
Respecto a los delitos cometidos por el
bajo pueblo León dice que “las acciones delictuales del peonaje durante la
Restauración podían insertarse en el plano de la resistencia política, pues las
llevaban a cabo antiguos soldados que, después de arriesgar su vida en los
campos de batalla, no se conformaban con el curso de los eventos que sacudían
al país desde la derrota revolucionaria de Rancagua ¿Quién sería capaz de
controlar a esos soldados veteranos que llevaban la rabia por dentro y el deseo
de venganza en la punta de sus puñales? Junto a ellos también se producían las
tradicionales explosiones de violencia del peonaje por las razones más
triviales y baladíes”. Por otro lado no hay que desconocer que algunas
montoneras, comandadas por famosos bandidos, actuaron contra los españoles. El
caso más famoso es el de Miguel Neira, compañero de andanzas de Manuel
Rodríguez. Éste último, según León, ha sido glorificado, mayoritariamente, por
la historiografía oficial de manera que no corresponde a los hechos reales. La
opinión del autor acerca de Rodríguez se percibe más bien despectiva.
Leonardo León, tomando como referencia el
período 1817-1820, explica que “mientras republicanos y monarquistas libraban
su guerra, los plebeyos continuaron viviendo a espaldas de estos
acontecimientos mostrando su indiferencia tanto frente a la guerra civil como
ante el destino que se cernía sobre Chile. Su historia, con todas sus
menudencias, acontecimientos y sucesos de poca monta, corría de modo paralelo a
la historia oficial. Lo que si era claro es que con el desgobierno y la
anarquía cada vez era más grande el número de sujetos que salían de su
anonimato a punta de cuchilladas y actos delictuales, para irrumpir en el
escenario público con su magna cuota de infamia y audacia. Este fenómeno no fue
casual ni accidental; por el contrario, demostró una constancia y persistencia
por parte de la plebe que queda de manifiesto cuando se revisan los archivos
judiciales de la época. Se trató de hombres y mujeres que vivieron al margen de
la guerra, que demostraron su apatía frente a lo que estaba en juego en el
mundo patricio y continuaron viviendo su existencia a su manera; sujetos que
conservaron sus modos de vida arcaicos, tradicionales y atávicos, insensibles
al paso del tiempo y de la historia aristocrática. Fueron los representantes
más genuinos de ese amplio conglomerado humano que se dedicó a las juergas, a
los vicios, a robar y matar por los menores motivos, cuando la patria estaba en
peligro: los plebeyos más recalcitrantes que, a pesar del tronar de cañones y
de los encendidos discursos de la elite, no fueron ni
patriotas ni realistas”.
Leonardo León acude a muchas fuentes para
dar respaldo a sus planteamientos, sobre todo acude a testimonios dejados por
personajes que vivieron en carne propia los acontecimientos. También cita notas
de prensa y somete a análisis crítico opiniones de historiadores. Reproduce
declaraciones en juicios y documentos oficiales de autoridades patriotas y
realistas, bandos militares, etcétera. Ni patriotas ni realistas es un libro para leer con atención,
pues el período de nuestra historia de la cual se ocupa es la matriz –en lo
substancial- de la composición de la actual sociedad chilena. No es casualidad
de que muchas de las familias que controlaban el poder en aquellos días hoy lo
sigan controlando a través de sus descendientes. En puestos claves de los
poderes del Estado, de la Iglesia y de la oficialidad militar se repiten los
mismos apellidos de hace doscientos años.
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